jueves, 14 de junio de 2012

Negras lágrimas en León


Imagen de Leonoticias.com

Esta mañana varias marchas han recorrido las carreteras leonesas, algunas con destino al pozo de Santa Cruz, desde Villablino, y otra, desde La Robla hasta León, frente a la Diputación. Ambos lugares frentes de lucha de los mineros encerrados, unos bajo tierra y otros junto al histórico edificio de Botines.

En otra forma de protesta que a muchos medios no les interesa mostrar, miles de personas se han echado al asfalto a caminar juntos por el futuro de su región, de toda la provincia. Al llegar a León los mineros de La Robla, uno de ellos no podía contener la emoción y las lágrimas, tal y como muestra el vídeo publicado en Leonoticias.com

Buscad las imágenes y vedlas. Ahora, paraos a pensar en ese hombre, José Manuel. Cómo tienen que estas las cosas para que un hombre hecho y derecho que ha trabajado durante décadas bajo tierra rompa en llanto frente a sus compañeros de profesión encerrados, mientras en la plaza entonan su himno a la patrona, Santa Bárbara.

Pensad cómo cada día que pasa la situación es más insostenible. Nadie ofrece una alternativa mientras los políticos esgrimen sus argumentos de que no hay dinero, a pesar de un rescate (ay, perdón, fondo de ayuda o cómo narices lo llame Rajoy) de cien mil millones de euros servirán para sanear unos fondos bancarios que siguen a manos de quien ya los llevó a la ruina un día.

Reflexionad acerca de que la partida presupuestaria para hijos de mineros ha pasado de algo más de 50 millones a apenas 2. ¿Cuántos tendremos que terminar nuestros estudios a duras penas? ¿Cuántos se quedarán sin poder empezar una carrera?

Más grave aún. El dinero que debería destinarse a seguridad minera desaparece de los presupuestos. Si José Manuel derramaba hoy lágrimas por el futuro de su profesión, ¿cuántas no habrá llorado por compañeros que la mina decidió no dejar volver a ver la luz del sol un buen día? ¿Vamos a tener que lamentar más muertes aún debido a unos tijeretazos al azar que dejan impunes a instituciones como la Casa Real?

Ser minero no es un trabajo como otro cualquiera. Su jornada laboral supone permanecer a kilómetros bajo tierra, respirando un aire viciado, acumulando carbón en sus pulmones, volviendo negra su sangre. Sienten el peso del mundo sobre ellos, mientras sacan a la superficie el mineral que les permite dar de comer a su familia, además de calentar su hogar en el duro invierno de la montaña.

Sí, es cierto que se prejubilan entre los 40 y pocos y los 50 años. Sus condiciones físicas no les permitirían continuar bajando al pozo pasada esa edad. No llevan a sus espaldas horas de oficina, sino compañeros que perdieron la vida por un error de seguridad, de cálculo, de mala suerte. Sus familias, en sus casas, se ponen en lo peor si alguien, a deshora, llama a la puerta. Se encoge el corazón si durante la jornada laboral del minero es uno de sus camaradas quien está al otro lado del quicio de la puerta. A veces es solo un susto, un accidente. Otras no hay tanta suerte.

Aún así, luchan por ese, su único modo de vida, por la única labor que conocen, por poder seguir llevando el pan de cada día a sus hogares y proporcionar un futuro a sus descendientes.

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