Ayer, 11 de julio de 2012, se reunieron
en Madrid miles y miles de personas en una multitudinaria
manifestación (para todos menos para Esperanza Aguirre, por lo
visto). Sin embargo, los disturbios que tuvieron lugar al finalizar
la misma han solapado el transcurso de un recorrido totalmente
pacífico en los espacios informativos.
Es mucho más televisiva o fotográfica
una cabeza sangrando que una marea humana recorriendo la Castellana.
Por supuesto, no se trata de quitar importancia o relevancia a la
cifra de heridos (que asciende a varias decenas en toda la jornada en
Madrid). Se trata de las órdenes que mandan estas cargas, de la
búsqueda de la violencia por parte de las delegaciones del Gobierno
de cada provincia, para que quienes no hayan estado in situ, se
queden solo con la parte de los porrazos.
Desde Colón hasta el frente del
ministerio de Industria, centenares de personas observaban y
aplaudían desde las acercas a las otras miles que marchaban por la
céntrica calle madrileña. A los pocos minutos después de que
llegasen las columnas de los mineros que habían ido a pie desde sus
cuencas, hicieron acto de presencia los antidisturbios. La escasa
batería que tenía mi móvil en esos momentos me obligó a
desaparecer de escena antes de que se calentasen las cosas y no
pudiese dar señales de vida si pasaba algo. Tres minutos más tarde
llegaba el metro y unas señoras lo cogieron por los pelos. Iban
comentando cómo estaban teniendo lugar las cargas en esos momentos.
“Se han puesto a disparar sin más”, aseguraba una. “Lo único
que tenían los mineros eran petardos con cáscara de plátano, que
saltaban por los aires”, decía otra. Todas corrieron a refugiarse
al transporte público (ese que tanto cuesta, una vez más, gracias a
Esperancita de nuestros amores).
Por la tarde se había convocado otra
manifestación, desde el 15M, en apoyo a los mineros, que acabó
juntándose con la convocada tras los recortes más brutales de la
historia de la democracia en España. Un grupo de violentos comenzó
a arrojar bengalas y prender contenedores en las inmediaciones de la
céntrica plaza de Sol. Una vez más, el jaleo había comenzado
cuando me había ido de la zona, en esta ocasión ya para volver a
Valladolid. Desde el autobús leía, ojiplática, cómo se producían
las cargas indiscriminadas, contra una plaza que minutos antes estaba
atestada de gente. Manifestantes, sí. Violentos, también. Pero
otros tantos solo eran turistas o gente de compras, que ya llenaban
la zona mucho rato antes de que llegase la manifestación a las nueve
de la tarde.
Es inevitable preguntarse si las
fuerzas y seguridad del Estado, esas que están ahí para
protegernos, no podían haber localizado y cercado a los grupos de
“antisistemas”, que les arrojaban objetos justo delante, como
demuestra el comienzo de este vídeo:
Diversos portavoces hablan de
proporcionalidad de las actuaciones policiales. ¿Cómo se puede
considerar proporcional arrasar en la plaza más céntrica de Madrid
una tarde de verano, llena de turistas y familias? Otro de los vídeos
muestra cómo la estampida de la gente se lleva por delante una
terraza en la calle del Carmen. Minutos después, en Callao, la
policía se lanza a aporrear a los asistentes de un estreno dentro de
la programación del Mulafest. Si un efectivo no es capaz de soportar
la presión de que un chaval le llame “hijo de puta” y se acerca
a él con la intención de apalearle, ¿quiénes son los que están,
supuestamente, velando por nuestra seguridad?
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