jueves, 12 de julio de 2012

“Se han puesto a disparar sin más”


Ayer, 11 de julio de 2012, se reunieron en Madrid miles y miles de personas en una multitudinaria manifestación (para todos menos para Esperanza Aguirre, por lo visto). Sin embargo, los disturbios que tuvieron lugar al finalizar la misma han solapado el transcurso de un recorrido totalmente pacífico en los espacios informativos.
Es mucho más televisiva o fotográfica una cabeza sangrando que una marea humana recorriendo la Castellana. Por supuesto, no se trata de quitar importancia o relevancia a la cifra de heridos (que asciende a varias decenas en toda la jornada en Madrid). Se trata de las órdenes que mandan estas cargas, de la búsqueda de la violencia por parte de las delegaciones del Gobierno de cada provincia, para que quienes no hayan estado in situ, se queden solo con la parte de los porrazos.

Desde Colón hasta el frente del ministerio de Industria, centenares de personas observaban y aplaudían desde las acercas a las otras miles que marchaban por la céntrica calle madrileña. A los pocos minutos después de que llegasen las columnas de los mineros que habían ido a pie desde sus cuencas, hicieron acto de presencia los antidisturbios. La escasa batería que tenía mi móvil en esos momentos me obligó a desaparecer de escena antes de que se calentasen las cosas y no pudiese dar señales de vida si pasaba algo. Tres minutos más tarde llegaba el metro y unas señoras lo cogieron por los pelos. Iban comentando cómo estaban teniendo lugar las cargas en esos momentos. “Se han puesto a disparar sin más”, aseguraba una. “Lo único que tenían los mineros eran petardos con cáscara de plátano, que saltaban por los aires”, decía otra. Todas corrieron a refugiarse al transporte público (ese que tanto cuesta, una vez más, gracias a Esperancita de nuestros amores).

Por la tarde se había convocado otra manifestación, desde el 15M, en apoyo a los mineros, que acabó juntándose con la convocada tras los recortes más brutales de la historia de la democracia en España. Un grupo de violentos comenzó a arrojar bengalas y prender contenedores en las inmediaciones de la céntrica plaza de Sol. Una vez más, el jaleo había comenzado cuando me había ido de la zona, en esta ocasión ya para volver a Valladolid. Desde el autobús leía, ojiplática, cómo se producían las cargas indiscriminadas, contra una plaza que minutos antes estaba atestada de gente. Manifestantes, sí. Violentos, también. Pero otros tantos solo eran turistas o gente de compras, que ya llenaban la zona mucho rato antes de que llegase la manifestación a las nueve de la tarde.

Es inevitable preguntarse si las fuerzas y seguridad del Estado, esas que están ahí para protegernos, no podían haber localizado y cercado a los grupos de “antisistemas”, que les arrojaban objetos justo delante, como demuestra el comienzo de este vídeo:




Diversos portavoces hablan de proporcionalidad de las actuaciones policiales. ¿Cómo se puede considerar proporcional arrasar en la plaza más céntrica de Madrid una tarde de verano, llena de turistas y familias? Otro de los vídeos muestra cómo la estampida de la gente se lleva por delante una terraza en la calle del Carmen. Minutos después, en Callao, la policía se lanza a aporrear a los asistentes de un estreno dentro de la programación del Mulafest. Si un efectivo no es capaz de soportar la presión de que un chaval le llame “hijo de puta” y se acerca a él con la intención de apalearle, ¿quiénes son los que están, supuestamente, velando por nuestra seguridad?

Y todo esto en una jornada en la que coincidió la llegada de los mineros con el anuncio del hachazo por parte de Mariano Rajoy, y la primera de las manifestaciones en contra de esto. Esto es solo el principio de algo de final incierto.

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